A la atención de Lady Caster, en Plymouth (escrita el 15 de agosto. Entregada el 22 del mismo mes)
Querida señora, si usted está leyendo esta carta, eso significa que no me ha recibido en su casa en Plymouth.
Mi intención no era otra que la de hablar cara a cara con usted después de tantos meses ignorándome por completo.
A día de hoy, aún no comprendo qué pude hacer mal para ganarme este castigo, el castigo de haber dejado de existir para su persona.
Le he escrito constantemente sin recibir una sola respuesta suya.
Si por ventura se ha dedicado a guardar mis cartas, no me cabe duda de que tendrá en su disposición el papel suficiente para envolver el HMS Victory por completo.
Pero creo que ha llegado el momento de terminar con esto.
Es demasiado duro para mí. Demasiado.
Mi vida es una no vida. El día a día se convierte en un tormento, en una eterna espera sin final. En un laberinto sin Minotauro donde hago de un Teseo a la deriva.
Noches enteras sin poder conciliar el sueño, y días completos donde el sueño de encontrarla se esfuma con las nubes grises de Hampshire y de cualquier mar donde me encuentro.
Es por tanto por lo que he decidido zanjar esta situación de una vez, es por tanto por lo que me despido señora. Le digo adiós.
Este capitán al que ha desterrado a lo más profundo de su memoria, ésa donde los recuerdos dejan de florecer, se marcha, se marcha para siempre, para no volver, para dejar de soñar despierto. Para poder dormir sin temer la velada.
Créame. Jamás en la vida, ¡jamás!, he amado tanto a alguien. Es cierto que he conocido a otras mujeres, y también es verdad que alguna ha sabido tocar mi fibra más sensible para suspirar como un joven enamorado y alardear de ser el objetivo de Eros.
Pero usted, mi querida señora, usted, ¡ay!, es la única que de verdad me ha hecho entender lo que es el amor en su forma más pura.
Es usted, y sólo usted, la única que me ha hecho ver que el querer a alguien puede ser el pilar sobre el que se sostiene toda una vida, siendo todo lo demás meros accesorios que no eclipsan, ni por muy buenos o malos que sean, lo que supone rozar los dedos de su mano u observar un suave parpadeo de sus ojos al sonreír.
Pero ese pilar, ¡ese bendito pilar!, está cayéndose a pedazos al no poder contar con un mínimo de correspondencia por su parte, y es por ello que antes de que se caiga por completo y me convierta en un ser balbuceante, sin rumbo, buscando un sustento que no encuentra y un camino que no tiene salida, decido acabar con la incertidumbre tomando yo mismo la iniciativa para decidir que, a partir de ahora, Vincent Richard Daniels, capitán al servicio de su Graciosa Majestad, opta por renunciar a usted.
Sé que las consecuencias serán fatales, y no sé si mi cordura lo resistirá.
Pero debo hacerlo, no me queda otra solución.
No quiero ser más vulnerable.
Me niego a sufrir más entre sol y sol.
Me despido sin más demora, mi querida Lively, me despido.
Adiós para siempre, adiós.
Deseándole la mayor de las fortunas se despide su capitán, el que más le amó, el que le veneró hasta no sentir ni penas ni alegría. El que quiso ser suyo hasta la llamada del fin de los tiempos
Capitán Vincent Daniels. En Wood Fields. Cerca de Portsmouth (Hampshire)
Hola capitán, quisiera pedirte opinión acerca de ese ¿ marinero ? que se mareaba y nos llevó junto a tempestades al gran desastre de la armada. En tu opinión, que responsabilidad tuvieron el alcance de los cañones, la meteorología o la preparación de los mandos. Por cierto un post muy agradable de leer. Continúa navegando. Un saludo
ResponderEliminarFernando, en primer lugar le agrezco su visita y su carta.
ResponderEliminarEn segundo, y respecto a la Armada, es cierto que con Álvaro de Bazán otro gallo habría cantado, con aquella célebre respuesta a pregunta del Rey si era factible la invasión de Inglaterra: "No sólo es factible, sino que además es fácil", respondía por entonces este fuera de serie.
El caso es que nos tocó el tal Medina Sidonia, al que le dieron plantón en Brest y no tuvo otra ocurrencia que volver por el mar del norte, cuya historia todos sabemos.
En mi opinión, mala suerte y mucha propaganda británica.
¡Hola!
ResponderEliminarUna carta llena de sentimiento Capitan Daniels, le felicito.
Lamento el final de su historia (o no historia) con la señorita Lively. Nos privará de cartas tan bellas como esta.
Espero que su deambular por esos mundos le haga hallar un nuevo puerto, un nuevo amor, con quien poder desplegar las velas de su ingenio y su delicadeza.
¡¡Buena ventura, Capitan Vincent Richard Daniels!!!
Besos.AlmaLeonor
Gracias Almaleonor.
ResponderEliminarComo bien sabe los marineros tenemos una novia en cada puerto..., o al menos eso dicen.
Yo tenía un amor y lo he perdido.
De momento me dedicaré a navegar en busca de la felicidad.
Encantado de tenerla a bordo.
reciba mis mas sinceras felicitaciones, es un prodigio de carta.
ResponderEliminarGracias señor, es usted demasiado amable a mi parecer. Pero se lo agradezco igualmente.
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