En Wood Fields, el 2 de abril de 1808. Hampshire.
Llevo más de una semana sin sentarme frente a mi escritorio y no ha sido precisamente por exceso de trabajo.
Más bien todo lo contrario.
Durante todo estos días no he tenido otra ocupación que la de no hacer nada, sólo pasear y aprovechar la ausencia de Vicenzo, que ha ido a visitar a su familia, para aprovisionarme de comida en una granja cercana y celebrar su ausencia a base de abusos.
Es por ello que después de haber notado que no necesitaba los ojales extras de mi calzón, o que tras jugar el partido de criquet de los domingos con algunos de los oficiales fondeados en Portsmouth mis rodillas no protestaban durante días, he vuelto a notar mi peso, y de nuevo me cuesta subir a lomos de mi caballo (la equitación nunca fue uno de mis fuertes), el cual se dedica a dar cabriolas y girar sobre su hocico mientras clamo a los dioses y trato de no acabar en el barro.
Tampoco he recibido cartas ni noticias de absolutamente nadie, y mucho menos visitas, lo cual no deja de resultar un poco triste, y muchas veces me siento ridículo al creer oír unos cascos en el horizonte para que resulte que finalmente sólo se trate de un pueblerino que pasa a trote lento y que me saluda con un leve ascenso de barbilla.
Sin embargo, y es curioso, en mis sueños no estoy tan solo.
Durante días me despierto a media noche, extrañado de ver poblada mi cita con Morfeo con rostros de mi pasado que ya creía sumidos en el olvido y que vuelven a aparecer para hacerme recuperar sensaciones perdidas que duran lo que dura un sueño, efímeros destellos por tanto de recuerdos que se borran conforme la luz se adentra a través de las ventanas.
He llegado incluso a tomar una hoja de papel y escribir a esas personas para ver qué tal les va, saber de sus idas y venidas, por compartir experiencias del presente tras haberlas vivido hace años.
Sin embargo, después de haber escrito varias líneas, uno se da cuenta de que es mejor no darle vueltas al pasado y dejar las cosas tal como están, por mucho que el señor de los sueños se empeñe en lo contrario, por lo que la carta termina devorada por las llamas de la chimenea.
Lo mejor será esperar que lleguen por fin mis nuevas órdenes que me lleven de nuevo al mar, para poder pensar así en cuál es la mejor maniobra o dónde se encuentra el enemigo, cuestiones relativamente más sencillas que la de profundizar en el abismo de la mente y sus consecuencias.
1 comentario:
Te acabo de conceder un premio en mi fotoblog sobre Pontevedra
http://pontevedraolvidada.blogspot.com/2008/04/ya-nos-han-otorgado-un-premio.html
Un saludo
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