En alta mar, a bordo de la HMS Circe, el 2 de junio de 1813
El mar y el cielo oscuro no se distinguen en esta noche sin luna. No sopla viento y las velas de la Circe cuelgan flácidas como la hojas de un sauce. El silencio es casi opresivo, y si no fuera por la presencia del infante de guardia diría que estoy solo en el universo.
El calor es sofocante. No es habitual por estas fechas, pero lo cierto es que nos hemos visto obligados a abrir todas las portas para que mis hombres no se asfixien en la entrecubierta, y he dado permiso también para doblar esta noche la ración de grog para que puedan conciliar el sueño bajo amenaza, por supuesto, de que cualquier altercado será castigado con 50 azotes.
Por ahora parece que funciona.
Mi ánimo no ha mejorado en demasía desde la última vez que escribí. De la desesperación puedo saltar a la fatalidad, y de ahí a la apatía, el abatimiento e incluso a la resignación. Aunque mi cirujano se ha prestado a hacerme una sangría y reforzar mi dieta con algún complemento vitamínico, de momento he optado por comer con normalidad (si consideramos 'normalidad' atiborrarme de tostadas con queso por la mañana, huevos fritos a medio día, doble ración de chuletas en el almuerzo, galletas y bizcocho al atardecer, y una copiosa cena a base de salchichas en salsa de mermelada). Para paliar tantos excesos paseo por el alcázar arriba y abajo, y cuando tengo ánimos subo al tope del mayor, y aunque llego sin resuello y con los brazos adormecidos, el coronar el mástil se convierte en una pequeña victoria diaria jaleada por algunos de mis hombres.
Quizás una buena batalla, con las astillas volando sobre la cabeza y un centenar de ojos asesinos puestos en un servidor sobre una cubierta resbaladiza por la sangre, podría ser el mejor de los remedios, ya que no hay nada más revitalizador que el intento desesperado por evitar la muerte, pero lo más cerca que estuve fue durante la 'persecución' de la USS Constitution, en donde desde un principio quedó claro que nuestras opciones eran mínimas y nos limitamos a observar de lejos la mayor parte del tiempo, como una hiena intentando hacerse con un buen pedazo de gacela en manos del león.
Tal como escribí el año pasado, recibimos órdenes de poner proa a Boston, pues nuestros servicios secretos nos informaron de que la Constitution, que estaba haciendo estragos entre nuestra filas, se disponía a zarpar con rumbo desconocido, y ya que mi fragata era la más cercana a la zona, a pesar de que nuestro potencial difiere en mucho del de nuestro enemigo, se nos encomendó la 'caza', al menos en lo que respecta a labores de información.
Tras varios días de travesía, con fortísimos vientos que nos obligó a trabajar duro a bordo, atentos a que no saltara la jarcia por los aires, en la mañana del 3 de noviembre, que amaneció con niebla y con el barómetro en plena escalada, avistamos a lo lejos dos velas rumbo sur.
Con todas las precauciones posibles, comenzamos la persecución, y dos días después uno de mis hombres, que había servido a bordo de un ballenero estadounidense, aseguró que una de las naves era sin lugar a dudas la USS Hornet. Su compañero, con sus particulares franjas negras y blancas y la majestuosidad con la navegaba era, sin lugar a dudas, la Constitution.
Sin perder el barlovento y por tanto la iniciativa, perseguimos a la pareja durante muchas millas, muy atentos durante las noches por si los americanos intentaban sorprendernos con algún tipo de estratagema. Sin embargo la Circe no era su objetivo y pudimos mantener la distancia y seguir sus movimientos, redactando en mi cabina el día a día con esmero y muchos detalles el informe al Almirantazgo.
Después de reunirme con mis oficiales en mi cabina y estudiar atentamente las cartas náuticas, llegamos a la conclusión de que los norteamericanos, a buen seguro envalentonados por sus últimas victorias, se encontraban en plena caza oceánica, a la busca de presas británicas que comercian entre ambos lados del Atlántico, pero sin suerte durante las primeras semanas mientras la Circe perseguía sus estelas.
En algún momento intentaron sorprendernos, con burdas estratagemas para atraparnos entre dos fuegos, pero a fuerza de pasar noches en vela y con el apoyo del siempre diligente Jack Byron a mi diestra, logramos esquivar el peligro sin un solo disparo, hasta que el enemigo optó por continuar con la travesía, ignorando nuestra presencia.
El 13 de diciembre, en aguas brasileñas, avistábamos San Salvador. La Constitution y la Hornet se mantuvieron durante un par de días en la zona, de forma obstinada, lo que llamó mi curiosidad.
Ordené a Byron que tomara el cúter y algunos hombres para desembarcar fuera de la vista de nuestros enemigos e investigara en puerto mientras navegábamos arriba y abajo, a vista de catalejo.
Dos días después, pasadas apenas dos horas desde que la Constitution desapareciera por el horizonte en una mañana cargada de niebla, Byron volvió a bordo y resolvió el misterio.
En el puerto se encontraba fondeada la HMS Bonne Citoyenne, y Jack tuvo la ocasión de hablar con su capitán, Pitt Burnaby Green, que le explicó que llevaban a bordo nada menos que un millón y medio de libras.
Según le explicó, zarpó de Río hacia Inglaterra, pero apenas pasados unos días una fuerte galerna le obligó a costear hasta arrivar a Salvador y reparar graves daños en la jarcia que habrían hecho imposible la travesía transoceánica. Fue entonces cuando surgieron los dos navíos norteamericanos con sus aviesas intenciones.
Byron me contó que el comandante de la Hornet, de nombre James Lawrence, envió una carta retando a Green a un combate singular, con la promesa del comodoro William Bainbrige, a bordo de la Constitution, de no intervenir en ningún momento. "Como para fiarse de estos malditos", me dijo Jack, siempre valiente en el combate pero ni mucho menos un suicida. Green fue de la misma opinión y respondió que si bien creía que su barco y la Hornet se podrían enfrentar en igualdad de condiciones, creía sinceramente que en caso de derrota de su enemigo Bainbrigde no se limitaría a cruzarse de brazos sin intervenir.
Una vez solventadas las dudas, Jack me preguntó, con el debido respeto, si podríamos ayudar en la huida de la Bonne Citoyenne, pero tras reflexionar, le expliqué, primero, que la Hornet tiene más potencial con sus 32 cañones que nuestros 28, y que la aparición de la Constitution (mi instinto me advertía que no debía de andar lejos) podría desequilibrar la balanza en favor de nuestro enemigo, que se podría llevar de una tacada dos embarcaciones británicas y un millón y medio de libras, con el capitán Vincent Daniels destinado de por vida a guardacostas en Cornualles.
Dos días después, el 74 cañones Montagu, con bandera de contraalmirante Hanley Hall Dixon, hizo su feliz acto de presencia y la Hornet huyó sin dilación.
Mi intención habría sido comenzar su persecución, pero Dixon me ordenó subir a bordo para dar el informe.
Tras quedar satisfecho con mis explicaciones, me ordenó continuar con mi misión mientras él se encargaría, con su barco, de escoltar al Bonne Citoyenne hasta Portsmouth y darse así su particular baño de gloria.
De regreso del Salvador, y sin ver las velas de la Constitution y la Hornet después de muchos días, fondeamos en Halifax con la sensación de derrota y con la desagradable noticia, para colmo, de que la Constituion había derrotado y hundido a la HMS Java, lo que ha provocado que el mismo Almirantazgo haya ordenado a sus fragatas no combatir contra el barco norteamericano.
Unos se llevan la gloria, otros la derrota, mientras este servidor es un triste espectador de una historia que se desarrolla a su alrededor mientras tiene la impresión de no intervenir ni un ápice.
La única buena noticia es que volvemos a Inglaterra, cuando el viento así lo permita, pero con una sensación desoladora en las tripas.