En Wood Fields, el 15 de noviembre de 1807. Portsmouth.
Hace un día precioso para estar sentado en el jardín de mi pequeña casita.
Wood Fields se encuentra situado al norte de Portsmouth, ni cerca ni lejos, con la tranquilidad de estar perdido en algún lugar de la campiña, entre suaves, muy suaves colinas, pero a vista de las aguas del Canal y de la entrada a puerto.
Hace un día realmente bello, ya que no hace excesivo frío y son muchos los rayos de sol que se escapan tras las grandes nubes blancas.
Ayer por la mañana tomé una silla de posta desde Bedford, donde residen mis padres, con los que he compartido techo y mesa después de mi viaje a Londres.
Las cosas no fueron tan mal en el Almirantazgo, donde me recibieron tras no esperar mucho en una de sus enormes salas, con algún que otro capitán de Mar a la vista y varios tenientes que no podían ocultar su nerviosismo al estar su futuro en juego.
El secretario del First Lord recogió mi informe, y tras mostrar una fría educación y disculparse por no poder ser recibido por un oficial al que relatarle los pormenores de mi misión, me despidió asegurándome que recibiría pronto noticias sobre mi próximo mando.
Desde luego no fue un encuentro muy afortunado, y cuando salí del gran edificio mi ánimo estaba por lo suelos, aunque el ver un par de veteranos con miembros amputados que se contaban batallitas del pasado y que se lamentaban de ser ya inservibles para la Armada me levantó, de una forma egoísta, la moral.
Fue ahí cuando decidí visitar a mis progenitores, que viven en una confortable finca a las afueras de Bedford, donde mi padre reside, en la reserva del Almirantazgo, pero que gracias a su exitosa etapa como capitán de fragata, donde hizo estragos entre las flotas mercantes españolas, logra vivir con cierta holgura.
Me recibieron con los brazos abiertos, como siempre, y enseguida me encontraba sentado en la mesa, disfrutante de un excelente clarete y con mi padre muy amable y hablador.
Caminaba en bastón, ya que, según me contó, tuvo un pequeño incidente en la cuadra con uno de los caballos, que le dio una coz que acabó con uno de los clavos de la herradura en su pantorrilla.
Afortunadamente se la extrajeron sin mayores problemas. Peores heridas he sufrido en el alcázar hijo, me replicaba con una sonrisa.
Todo iba viento en popa cuando un trote de cascos alertó a todos, y la gran sonrisa que iluminó el rostro de mi madre me puso en guardia, ya que en seguida me di cuenta de qué ocurría.
Por la puerta, pomposo como siempre, con su uniforme escarlata y su ridículo sombrero bajo el brazo, entró mi hermano, teniente de los Dragones, con su habitual aire de suficiencia.
Levantó hacia mí una ceja, lo que interpreté como un saludo, y acto seguido comenzó a conversar con mi padre sobre las últimas noticias de la guerra mientras yo me dedicaba a beber de mi copa con lentos sorbos.
Parecía estar especialmente ilusionado con el avance de las tropas napoleónicas por la península ibérica, ya que el descontento de la población española va en aumento y todo parecía indicar que pronto se convertiría en el principal escenario bélico en las próximas fechas.
Cuando ya tuve suficiente, aburrido de ver a mi hermano con aires de mariscal de campo, moviendo vasos, bollos de pan, platos y todo lo que tenía a mano para explicar cuáles serían las mejores estrategias para el combate (del que creo que sólo tiene conocimiento a través de grabados), me retiré disculpándome a la habitación que me prepararon.
A la mañana siguiente desayuné con mis padres y me despedí para tomar la silla de posta hasta Portsmouth, con la promesa, por orden imperiosa de mi padre, de escribirle en cuanto llegara.
Ahora, en la soledad de mi casa, aprovecho para descansar y lanzar miradas furtivas al camino, esperando el mensajero que traiga consigo mis próximas órdenes para así poder volver al mar que tanto añoro.
2 comentarios:
Hágale llegar mis saludos y mejores deseos de recuperación al Almirante, Capitán. Un caluroso saludo.
De su parte señor James.
Le haré llegar sus deseos de recuperación lo antes posible.
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