A bordo de la HMS Circe, el 6 de marzo de 1810. En Puerto Mahón (España).
El teniente Byron y yo hemos estado toda la mañana observando el Ville de Paris, orgullo de nuestra armada con sus 110 cañones. Sin embargo, hoy parece cualquier cosa menos flamante.
A bordo, agonizante, a una pulgadas de pisar por fin los verdes campos de Fiddler's Green, se encuentra nuestro vicealmirante Lord Collingwood, héroe de Trafalgar.
La enfermedad que le ha estado presentado batalla durante los últimos años está muy cerca de llegar al alcázar y conseguir una bandera que se ha mantenido en su sitio tozudamente pese a los dolores y la adversidad.
Un cáncer de estómago ha ido consumiendo a un hombre de aspecto imponente, que con una mirada hacía que a sus enemigos la sangre se les convirtiera en agua, tal como me contó ayer en una sombría charla con otros oficiales de la flota el capitán Pressfield.
En nuestro último encuentro, hace más de dos años, nuestro almirante no fue quizás especialmente agradable, pero no se lo reprocho, ya que un comandante de su carácter y responsabilidad, con tantos oficiales de alto rango bajo su mando, no tiene por qué prestar atención a un mísero capitán a bordo de un navío de sexta clase como es un servidor.
Cada vez que hay algún tipo de movimiento en la cubierta del Ville toda las embarcaciones aquí fondeadas se ponen alerta como un perro al más mínimo ruido, y de hecho tengo al señor Bullet en la cruceta con mi mejor catalejo observando detenidamente al navío por si se preparan para disparar una salva, izar alguna enseña con crespón negro, o cualquier forma de comunicar que Inglaterra ha perdido a uno de sus mejores marinos.
Esta mañana, durante el desayuno, al que invité a Byron, debatimos de forma intensa y, en algún momento, elevando la voz más de la cuenta (algo habitual), sobre la importancia real que tuvo Collingwood durante el combate en la Bahía de Trafalgar, en donde Jack defendió a Lord Nelson como si de un nuevo Poseidón reencarnado se tratase mientras que yo alabé la valentía de nuestro almirante en aquella gran batalla.
Y es que no ha de ser nada fácil combatir codo con codo con el que era por entonces una auténtica leyenda tras sus éxitos en las batallas de San Vicente y Aboukir.
Pese a estar todo el Reino pendiente de Nelson, Collingwood supo combatir con valentía, a bordo del Royal Sovereing, y de hecho fue el primero que rompió la línea para enfrentarse, en uno de los combates más emblemáticos de la jornada, al Santa Ana.
No ha debido de ser fácil pasar estos años a la sombra de Nelson, al que se le relaciona directamente con Trafalgar, mientras Collingwood se ha ido consumiendo poco a poco en labores de bloqueo fundamentalmente sobre Tolón y el escurridizo Gaunteaume, que apenas ha permitido que le veamos las gavias de algunos de sus navíos.
Esto, unido a su enfermedad, le han convertido en un hombre de carácter irascible, y de hecho cada vez que veíamos izarse una bandera en la driza del insignia temblábamos ante un posible encuentro, siempre desagradable, en su cabina.
Es curioso, en el caso de que nuestro almirante no pase esta prueba (me he asegurado de dar tres vueltas e incluso he subido a cubierta para rozar un estay, ante la mirada extrañada del oficial de guardia), los dos héroes de la Batalla de Trafalgar, al menos los más célebres (y por nuestro bando), no sobrevivirán a la misma: Nelson, por las heridas sufridas, y Collingwood por el sufrimiento, quizás, de no haber acabado de forma más heroica su vida, en combate, y no en un coy, con temblores enfermizos y ante la mirada impotente de su médico.
Esta noche la pasaré en cubierta observando el Ville de Paris, esperando la confirmación a nuestros temores, ofreciendo mi particular homenaje a un gran hombre al que admiro por su entereza y, sobre todo, paciencia ante lo inevitable.
5 comentarios:
Mira que escribir y no decírselo al presidente del club de fans...
Gracias señor por honrarme con su amistad pasada, presente, futura y relatada, pocos hombres disfrutan tal dicha
Querido capitán, ya nos encontrábamos preocupados por su falta de noticias y siento que éstas sean tan tristes para usted.
Buenos vientos.
Me alegra sobremanera que nos haya querido regalar la vista con otro de sus relatos, capitán. Espero que sea una costumbre que permanezca en el tiempo... Como siempre, una entrada amena, fácil de leer y sumamente instructiva, relatando un hecho que debe ser cuando menos curioso, como es la muerte de un almirante al mando de la flota en un navío insignia, mientras el resto de los barcos y mandos se mantienen a la expectativa...
Un saludo.
Gracias como siempre señores por su visita. Gratamente apreciada en las soledades de mi fragata.
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