lunes

De vuelta a casa

 8 de enero de 1824. En Wood Fields.

Estas hojas ya no son un diario, son más bien un anuario, o no sé cómo llamarlo dado lo dilatado en el tiempo entre los hechos que aquí relato.

Han pasado ya varios meses desde mi aventura en las heladas aguas del norte junto al comandante Edward Parry, con el HMS Griper bajo mi mando a la búsqueda del esquivo Paso del Noroeste. 

Podría escribir un libro solo con lo que viví en aquellas inhóspitas aguas, en donde he podido conocer lugares peligrosos y extraordinarios como la Bahía de Baffin o la península de Melville, además de un pueblo misterioso y sabio a la vez como es el que allí habita, llamados esquimales por los extranjeros y que sobrevive en aquel terrible desierto blanco.

Después de tantos años al mando de buques de guerra, sin lugar a dudas ha sido una experiencia extraordinaria el mero hecho de tener que sobrevivir a situaciones extremas de frío y hambre, en lugar de cruzar los dedos a la espalda esperando que una bala me alcanzara en el alcázar de mi navío.

De vuelta a casa, la encontré prácticamente como la dejé, ya que el bueno y leal de Vincenzo se encargó de tenerla apunto para mi llegada, más de dos años después de que zarpáramos de Deptford en abril de 1821. Además de compensarle con una buena suma de guineas que trató de rechazar de forma cortés con el brillo del oro en sus ojos, le regalé unas pieles de focas curtidas que recibió como si fueran un auténtico tesoro.


Lo mejor de mi regreso ha sido reencontrarme con mi querida Mary, con la que apenas tuve oportunidad de cartearme, sobre todo cuando nuestros navíos estaban atrapados en el hielo durante meses. Pese al tiempo de separación, y temiendo que la llama de nuestro amor se hubiera apagado, me recibió con la mayores de las alegrías, lo que hizo que el frío que siento en el interior se calentara de nuevo ante la visión de sus preciosos ojos azules y su espontánea y franca sonrisa.

Y es que durante estos largos meses he tenido una extraña sensación de vacío en mi interior. A pesar de estar de nuevo al mando de un navío, lo que supone para mí la mayor de las alegrías, me dejé contagiar por la soledad y desolación de los lugares que he visitado, y no he podido evitar un sentimiento de desasosiego que aún me acompaña en estos días.

No conozco la naturaleza de este sentir, y aunque cuando estoy con Mary ese sentimiento parece desaparecer, noto que repta en mi interior como si fuera una serpiente venenosa, esperando los momentos más insospechados para volver a inyectar su veneno en mi alma.

Durante estos días solo me apetece estar sentado en el porche de mi casa observando el movimiento de las nubes y oyendo el trinar de los pájaros, aunando las pocas fuerzas que tengo para escribir a Mary.

Del resto, al menos de momento, no logro encontrar el sentido.