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miércoles

A casa

Frente a la costa de Portugal, el 21 de febrero de 1808, a bordo de la HMS Circe.

Volvemos a casa.
Después de abandonar Gibraltar tras la captura de la cañonera francesa, nos reunimos con la escuadra de Lord Collingwood, frente a Tolón.
Apenas habíamos visto el casco del impresionante Ocean (a medio cable del Canopus, que lucía un aspecto magnifico con las juanetes largadas para mantener la formación con el 98), desde el insignia se me ordenó que subiera inmediatamente a bordo, donde fui recibido por el capitán Richard Thomas, que disculpó la ausencia del Lord, ya que se encontraba indispuesto, aquejado de fuertes dolores estomacales.
Al margen de su enfermedad, Thomas me informó de que Collingwood había sufrido en todo su cuerpo ante la noticia de que, según parece y aprovechando la tempestad que ha asolado el mediterráneo durante estos días, dos fragatas francesas, la Pénélope y la Thémis, habían superado el bloqueo.
Esta noticia había sentado como un auténtico jarro de agua fría en la escuadra, y las ojeras del capitán del Ocean me dejaron constancia de que tal error no se había producido por falta de esfuerzo.

Tras una conversación banal, Thomas me entregó las órdenes firmadas por el propio Collingwood, en las cuales se señalaba que la Circe debía de volver inmediatamente a Inglaterra, ya que es necesario reforzar nuestra posición en el Báltico con embarcaciones veloces. Sin más me despedí con un apretón de manos, y pude adivinar en los ojos de mi superior una mirada de envidia.

Ahora mismo navegamos con viento a la cuadra, y la fragata se desliza velozmente, con suaves cabeceos bajo un cielo azul, precioso, salpicado de nubes blancas y grises que dejan caer algunas finas gotas que son recibidas con alegría a bordo.
La moral es alta, ya que la captura de la cañonera fue una gran satisfacción para todos, y además ahora la dotación está ansiosa por volver a casa y ver a los suyos.

Por mi parte me alegro de tener la oportunidad de pisar mi tierra, estar en mi casa y comprobar que todo está en orden, y ante la posibilidad de poder visitar a mis padres en Bedford, a los que tanto echo de menos.
Menos agradable es pensar que volveré a estar cerca de mi amada Lively, a la que no consigo borrar de mi pensamiento pese al desprecio que mostró en su carta.
No puedo soportar la idea de que me haya dejado en la estacada, sin más, con unas breves líneas enviadas por un mensajero. Yo soy de los que gusta afrontar la alegrías y los fracasos personalmente, y me estoy planteando muy seriamente viajar a caballo o en coche hasta Plymouth tras arribar en Pompey, y presentarme en su residencia y exigir que me reciba.

Si me echan por las bravas, haré todo lo posible por intentarlo de nuevo, y estoy seguro de que no me faltarán brazos de marineros a mi mando que quieran ayudarme para tomar la casa a la fuerza, si se diera el caso.
Hemos podido con buques de mayor porte que el nuestro. Una serie de criados cuellitiesos no significarán ningún problema.

Sé que no es el mejor método, y que hay que ser ante todo un caballero y guardar las formas, pero mi corazón está por delante de mi saber estar, y en estos momentos me pide que vuelva a estar frente a frente con Lively, con la que sueño cada noche.
Sólo si ella misma, con palabras salidas de sus preciosos labios, me pide que no vuelva a verla más, en tal caso me marcharé con la cabeza bien alta pero, para qué mentirme a mí mismo, con el alma abatida.

viernes

La cañonera francesa

En Gibraltar, el 15 de febrero de 1808. A bordo de la HMS Circe.

Hoy es un buen día. El cielo está azul y el mar algo gris, recobrando su color verde después de que el Estrecho haya sido azotado por el furioso levante durante una semana, algo que no recuerdan los más viejos del lugar.
Tal era la fuerza del viento que ninguno de los navíos ha podido levar anclas en todo este tiempo, e incluso el paquete español que hace el trayecto Algeciras-Ceuta tuvo que refugiarse en nuestro puerto después de estar a punto de irse al fondo.
Tras revisar detenidamente la correspondencia y comprobar que no había oficiales a bordo, se ha puesto en libertad a su tripulación e incluso al pequeño jabeque, el cual ha zarpado esta misma mañana con poca vela, temeroso de que algunas de las cientos de bocas de fuego que erizan los navíos de Gibraltar traspasara sus cuadernas sin previo aviso.

En cuanto a nosotros y nuestra presencia en el Tajo, no vimos barcos rusos, ninguno, aunque la remontada del río por parte del segundo del piloto, el señor Blond, a bordo del cúter, con el guardiamarina Evans en la lancha, fue digna de ser mencionada en La Gazette.
Después de dejarlos lo más cerca posible de la costa sin poner en riesgo nuestra posición, tanto por la posibilidad de ser descubiertos como por exponer demasiado la fragata, ya que el viento seguía soplando con fuerza, nos adentramos en alta mar.

Bogando con brío, con olas de tamaño considerable, ambas embarcaciones se alejaron para fundirse con la noche mientras yo me limitaba a observarlos desde el alcázar. Lo último que vi fue al señor Blond ponerse de pie y saludarme con el sombrero, haciendo gala de un equilibrio memorable.
Aquí transcribo el informe redactado por el propio suboficial:

Pasadas las doce de la noche, y una vez dejamos atrás la fragata que V.E. comanda, comenzamos a bogar con brío para acercarnos lo máximo posible a Lisboa, sin largar la vela en ningún momento para pasar lo más desapercibido posible. Era noche cerrada y sin luna cuando, según mis cálculos, nos encontrábamos cerca, muy cerca de la ciudad, a vista del fuerte San Pedro, exactamente entre la torre de Belén y la batería de San Julián.
Apenas habían pasa
do unos minutos cuando uno de los hombres a mi mando señaló muy cerca nuestra, quizás demasiado, la presencia de una cañonera que enarbolaba bandera francesa.
Traté de actuar lo más rápido posible y ordené su inmediato abordaje.
La resistencia fue dura, muy dura, con fuego de mosquetes desde la cubierta y algún disparo de un cañón de seis libras que no dio en el blanco (más tarde comprobamos que el armamento se completaba con su gemelo y un cañón de 24 que no fue disparada por falta de tiempo). Nos dividimos en dos, y mientras mi grupo atacaba por babor, el comandado por el señor Evans (cuya labor fue diga de mención) atacó por estribor.
El combate en cubierta fue encarnizado, con brava resistencia francesa, ya que el enemigo perdió tres hombres (uno de ellos abatido por un disparo a bocajarro del marinero Paint) y fueron heridos nueve hombres. Una vez su capitán, el señor Gaudolphe, rindió el barco, cortamos las anclas y nos alejamos río abajo.
Las baterías reaccionaron demasiado tarde y sus disparos no nos alcanzaron, exceptuando algún balazo en el paño sin mayores consecuencias. Así logramos abandonar la ciudad, y al alba vimos en el horizonte las gavias del navío que V. E. comanda, para satisfacción nuestra.
Es un placer informarle de que no hemos tenido bajas entre nuestros hombres, y permita que destaque la labor de los nombres reflejados en la lista que le entrego a continuación:

Martin Evans, guardiamarina
John Paint, marinero de primera

William Gaiman, segundo del contramaestre

Arthur Rosh, ayudante del carpintero


Un informe realmente bello y que merece estar en las páginas de mi diario.
No cabe duda de que propondré el ascenso de Blond, y dado que ahora estamos faltos de oficiales el señor Evans es teniente en funciones, noticia que ha recibido con gran alegría.
Después de una noche de celebración, ya en Gibraltar, con mi cabina más alegre que de costumbre, hoy disfrutamos de un merecido descanso, aunque pronto tendremos que levar anclas para reunirnos con la escuadra de Tolón de Collingwood.
Llevaremos correo, lo que pondrá de muy buen humor a los oficiales, lo suficiente, espero, para que nuestro contraalmirante tenga a bien enviarnos a Inglaterra y no someternos a la rutina del bloqueo.

Ahora bajaré a tierra para visitar al teniente Byron, en el hospital de la Virgen de los Desamparados, para darle las noticias de nuestra incursión en Lisboa, las cuales serán recibidas a buen seguro con satisfacción.

lunes

A vista del Nercuse

A la atención del Almirante Daniels, en Bedford (Inglaterra). Del capitán Daniels, frente a la costa de Portugal, a bordo de la HMS Circe, el 11 de febrero de 1808

Querido padre: Aprovecho que hemos avistado en el horizonte el inconfundible palo mayor (levemente inclinado hacia atrás) del paquete Nercuse para escribir apresuradamente estas líneas. Nos encontramos frente al estuario del Tajo, ya que hemos recibido informes de que la escuadra rusa se dispone a abandonar Lisboa. De momento no hay movimiento, quizás debido al temporal que hemos tenido que sufrir durante estos días, especialmente cuando nos encontrábamos más cerca del cabo San Vicente, ya que las aguas del Estrecho eran una furia.

Tras varios días capeando el temporal, hemos vuelto a la tranquilidad, aunque l
as olas siguen siendo grandes, lo que provoca grandes cabeceos en la Circe. Por tanto hemos vuelto a nuestra posición, frente al Tajo, aunque después de tantos días sin saber nada de velas en el río he decidido enviar el cúter y la lancha con el segundo del piloto, el señor Blond, al mando. Remontarán el río hasta llegar a la misma Lisboa, una misión arriesgada pero que estoy seguro de que se llevará a cabo sin problemas, ya que el suboficial al mando ha probado en numerosas ocasiones su valía, tanto a la hora de poner firmes a los marineros como al enemigo.

El señor Evans me acaba de informar que el
Nercuse ha puesto las velas en facha, y entregaré la carta para que llegue hoy mismo a Inglaterra. Siento lo breve, muy breve, de estas líneas. Espero que tanto usted como mi querida madre se encuentren bien. Por mi parte no sé cuánto tiempo seguiré a las órdenes del contraalmirante Collingwood, pero en cuanto me liberen del servicio en Tolón (ya que oficialmente sigo a sus órdenes) trataré de visitarles.

Se despide más su hijo enviándolo el más caluroso de los saludos.

miércoles

Victoria en Funchal

Frente a Funchal. El 26 de diciembre de 1807. A bordo de la HMS Circe.

Tal como esperábamos la resistencia de las islas ha sido nula.
Después de reunirme ayer por la noche en la cabina del Centaur con el resto de capitanes de la escuadra, establecimos la estrategia para atacar Funchal y desembarcar las tropas del general Beresford.
Sin embargo, pocos pudimos evitar la sensación de manifiesta tranquilidad al saber todos los presentes que los portugueses no tratarían de defenderse y que cumplirían con el trámite de arriar la bandera antes de recibirnos con los brazos abiertos.
Incluso el capitán Worsley, del Intrepid, no paró de contar chistes, algunos de pésimo mal gusto, sobre las fuerzas lusas (sus mejillas estaban más coloradas de lo habitual), hasta que sir Hood se vio en la obligación de amonestarle verbalmente, lo que provocó que el aludido enrojeciera aún más, lo que parecía imposible, y brindáramos por la victoria en un ambiente tenso.

En la mañana de hoy, las fragatas fondeamos a un cable de distancia del fuerte de Santiago, cuyas bocas de fuego, temibles, se mantuvieron en silencio, y nos limitamos a ser testigos de cómo el capitán Webley desembarcaba en su falúa como emisario para solicitar una rendición que se produjo prácticamente antes de que pisara tierra.
Desde el alcázar pude ver el aspecto de nuestra flota, engrandecida por una ciudad que parecía encogerse ante la visión de los costados de nuestras baterías, con el olor de las mechas encendidas impregnándolo todo y los oficiales con nuestras mejores galas, magníficos, en contraste con los torsos sudorosos de los hombres a los cañones y el rojo escarlata de los infantes poblando las cofas.

Como siempre que ocurre en estas circunstancias, tengo una sensación agridulce, ya que por un lado es una lástima el no haber podido entablar combate y poder oír a cientos de cañones disparando al unísono, pero por el otro no cabe duda de que es preferible conseguir una victoria sin que una sola vida comience su particular singladura por el Aqueronte.
Por lo que en resumidas cuentas nos podemos dar por satisfechos al haber cumplido nuestra misión, ya que las Madeira forman parte de la Corona de Su Majestad con todos los barcos y hombres intactos.

Ahora, dejaré de escribir, ya que sir Hood recibirá a los oficiales en su cabina, y según parece organizará un banquete en tierra para celebrar no sólo la victoria, sino también la Navidad, ya que dados los preparativos del combate no ha habido tiempo de disfrutar de estas fechas tan significativas.
De todos modos, el pasado lunes sí pude reunirme con James, y ambos brindamos por nosotros y nuestros seres queridos, allá en Inglaterra y a los que envió mis mejores deseos desde mi corazón y pensamiento.