En Wood Fields. El 23 de enero de 1825
Han pasado meses desde que decidí pedir la mano a Mary, pero todo sigue igual. Tengo miedo al fracaso y al no. Mi confianza pasa por uno de sus peores momentos, y me siento como un barco en medio del Pacífico, con las velas flácidas e inútiles, sin una sola brisa de viento para avanzar unas pocas millas.
Estar lejos del mar me está consumiendo por dentro. Deambulo por la casa y por mi jardín sumido en mis pensamientos, y lo único que hago es comer y beber, con cierta moderación, pero con la determinación lenta de la autodestrucción al no tener en estos momentos un incentivo real para afrontar los días sin este eterno desasosiego.
Aunque recibo cartas de Mary, y al menos una vez al mes viajo hasta Porstmouth para pasar el tiempo con ella, siento en el estómago una comezón constante que me impide disfrutar del todo de su compañía, aunque a día de hoy siga siendo lo único que me mantiene de alguna forma cuerdo para rebajar así los impulsos de tomar una de mis pistolas y poner fin a este extraño sufrimiento, como si mi barco estuviera perdido tras la derrota y solo queda asumir las consecuencias de mis decisiones.
Es curioso. A pesar de que me he enfrentado a la muerte en múltiples ocasiones en el alcázar de mi navío, la incertidumbre de qué habrá al otro lado una vez abandone este mundo, evita que tome una decisión estúpida de este calibre
Y en el caso de que lo hiciera. ¿Quién lo sentiría realmente? Seguramente muchos hemos imaginado nuestro funeral o el después de nuestra marcha. ¿Alguien lo sentiría realmente? Seguramente no. La vida sigue para todos, y la pérdida de personas, la muerte, no deja de ser algo natural, y nuestra condición humana nos hace seguir adelante ya que, de lo contrario, nos habríamos extinguido hace tiempo.
Me he tomado un descanso antes de continuar escribiendo. He sentido ansiedad y me costaba respirar. He bebido algo de agua del pozo y he observado las nubes grises del cielo, gordas y llenas de nudos. He respirado profundamente el aire fresco, el viento que llega del este, y he observado el barómetro para comprobar si el tiempo empeorará aún más. Son costumbres que quedan después de pasar tanto tiempo a bordo de un navío, como calcular la dirección del viento.
Creo que voy a tomar mi oboe y a tocar un poco. La música me relaja, el sonido grave y quejumbroso de mi instrumento, estudiando partituras para liberar mi mente de estos oscuros pensamientos.
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