miércoles

Amena semana


Frente al Tajo, el 23 de abril de 1808. A bordo de la HMS Circe.

Apenas ha salido el sol y he decidido levantarme bien temprano.
Zarpamos ayer de Gibraltar rumbo al estuario del Tajo.
Según nos informó el paquete Nercuse, que hace la travesía Porstmouth-Gibraltar, un navío con bandera francesa de 20 cañones trata de zarpar del puerto de Lisboa mientras la fragata del capitán Conway Shipley, la Nymphe, se encuentra al acecho.
Éste ha solicitado ayuda, ya que el barco enemigo está protegido bajo el fuego de la batería del castillo de Belem.
Es por ello que, a toda vela y en un tiempo récord, con el paño y la jarcia bien tensos y la espuma salpicándonos las caras, hemos avistado la línea portuguesa, y tengo al teniente Evans, que goza de buena vista, en el tope y con mi mejor catalejo para que dé la voz cuando aviste las vergas de la Nymphe.

Tengo que decir que mi estancia en Gibraltar ha sido feliz.
Mientras el señor Oliver se marchó apenas echamos el ancla al agua, y con el aviso de que estaría al menos una semana (como mínimo) en la península, he tenido la ocasión de descansar y de disfrutar de la compañía de algunos amigos.
Antes de nada, mi sorpresa fue mayúscula cuando al segundo día de llegar se abordó con la fragata una chalupa con nada más y nada menos que con el teniente Jack Byron a bordo.
Inmediatamente lo invité a mi cabina, donde pudimos disfrutar de un clarete mientras a Jack no se le podía quitar la sonrisa de la boca al saberse de nuevo a bordo de un barco de Su Majestad.
Según sus propias palabras ya se encuentra perfectamente recuperado tras su caída del palo mayor hace ya cuatro meses, puesto que los cuidados de las monjas del hospital Nuestra Señora de los Desamparados han sido dignos de todo elogio.
Dada su mejoría, el teniente me solicitó volver a bordo, y aunque el cupo lo tengo cubierto con el señor Lawyer de primero y Evans de segundo, creo que podemos permitirnos un tercero a bordo, y aunque esto supone que Byron baja de categoría, lo ha aceptado gustosamente ya que, según me contó, "no aguantaba un día más sin poder sentir el balanceo en cubierta".

Las buenas noticias no se acabaron ahí, ya que en esta semana también recibí la visita del bueno del coronel Peter Rush, que parece perpetuamente destinado a este enclave.
A pesar de que somos buenos amigos, hacía tiempo que no teníamos la ocasión de cruzar palabra, ya que Peter no es de los que escribe, y pueden pasar meses y años sin que reciba unas líneas de su mano.
Sin embargo, apenas he doblado el cabo de San Vicente parece ser que el coronel ya tiene apostados vigías por todo el suroeste español, ya que para cuando la Circe empieza a realizar las labores de fondeo se presenta un soldado a bordo con una carta de Peter donde me invita a cenar a su lujosa casa.
Como siempre la comida y el buen vino fluyó a raudales, y con el sol asomando por el Este tras una larga noche, llegué dando tumbos al pequeño bote que uso para estas ocasiones y, sin desviarme demasiado de mi ruta, llegué al costado de babor de la fragata, a la que ascendí en el cuarto intento gracias a los fuertes brazos de Vincenzo, que surgieron de la penumbra como tentáculos de pesadilla que me atraparon y me llevaron prácticamente en volandas hasta mi coy.

Dolor de cabeza al margen, no me quejo por tanto de estos días en Gibraltar, ni mucho menos, donde sólo ha faltado, quizás, recibir alguna carta desde Inglaterra, donde aún espero noticias de lord Caster, por lo que mis paseos diarios hasta la oficina de correos siempre traen consigo un gusto amargo.

Pero no creo que esto estropee lo que ha sido sin duda una buena semana, que puede completarse quizás con la captura de la embarcación francesa con su botín.
Da la sensación de que nada puede salir mal.

2 comentarios:

ArbeyuDigital dijo...

Magnifica página. Muy cuidada.

Dani Yimbo dijo...

Muchísimas gracias, muy amable.