jueves

El general Wellesley

En Portsmouth, el 9 de julio de 1808. A bordo de la HMS Circe.

Hoy es sin lugar a dudas un día emocionante.
Aquí en Pompey, y bajo una tenaz lluvia, mi fragata y una importante flota de transportes se prepara para poner proa a España.
Dada la manifiesta hostilidad entre franceses y españoles, y con el combate completamente abierto en todos y cada uno de sus frentes, mi país ha decidido ayudar a los que no hace tanto eran nuestros enemigos para acabar con la presencia de las tropas de Bonaparte.

Es un hábil y, por qué no, oportunista movimiento para que Francia tenga que enfrentarse a dos frentes, ya que mientras en la península Ibérica los españoles han demostrado que no están dispuestos a agachar la cabeza ante el gran corso, la amenaza en el oeste de Austria ofrece una inigualable oportunidad a Inglaterra de seguir debilitando lenta pero inexorablemente a su enemigo.
Mi misión y la de mi barco en esta expedición no es otra que la de contar a bordo con el general Wellesley, destacado en las guerras en la India y que ha sido nombrado como jefe de la expedición que acudirá a España con un total de 10.000 efectivos.

Aún no he tenido la ocasión de conocer al general, y de momento me he centrado en organizar todo a bordo para ofrecerle todas las comodidades posibles. En los momentos de descanso paseo por la cubierta en compañía de mis tenientes, de nuevo con Lawyer como primer oficial. Byron ocupa la función de segundo.

Zarparemos en unos días, cuando el enorme contingente del que formo parte esté listo para echarse a la mar en un lento andar que nos llevará a un puerto gallego, posiblemente Coruña.
Dado que Spithead no puede abarcar el alto número de embarcaciones, otras tantas saldrán desde Plymouth, reforzados por navíos de línea y otras tantas fragatas para asegurar nuestra posición en el Canal, aunque no creo que haya problemas dado que controlamos perfectamente estas aguas al tener encerrada la flota francesa en Brest.

Tal es mi alegría, que durante estos días he olvidado, aunque me temo que no por mucho tiempo, mis penas, que siempre me acompañan y con la falta de mi querida Lively como principal carga en mi corazón.
Cuando no tengo que estar en cubierta aprovecho para tocar el fagot en mi cabina. Apenas puedo arrancarle algunas notas coherentes, pero su triste sonido al menos me acompaña en las largas noches donde Morfeo se niega a acogerme en su seno, con el tañido de la campana en cubierta que a cada cambio de guardia parece ser el único en responder a mi sufrimiento.

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