miércoles

El señor Volkan

En Wood Fields, el 2 de julio de 1808. Portsmouth (Hampshire)

Una semana de tranquilidad, aquí en mi casa de Wood Fields, donde toda mi atención ha estado centrada en mi fagot y en el intento de arrebatarle alguna nota coherente.
Finalmente encontré en la propia Portsmouth un profesor para darme clases. Se trata de un extranjero, de la Europa del Este, que vino a Inglaterra en busca de riqueza pero que se ha encontrado malviviendo por unos pocos chelines, impartiendo sus conocimientos a todos aquellos que estemos dispuestos a pagar por ellos.

Se hace llamar señor Volkan, y aunque no habla del todo bien el inglés, al menos sabe lo suficiente para que nuestras conversaciones no se limiten a gestos. Es un caballero es muy serio, ya que jamás sonríe tras su bigote negro, el cual le oculta todo el labio superior, dándole un aspecto fiero al estar acompañados de una barbilla bien rasurada y cuadrada, con una mirada dura y pómulos muy marcados.

Durante los primeros días, mientras realizaba escala de notas, él se limitaba a devorar lo que encontraba en mi despensa sin disimulo. Ni me miraba, mientras yo trataba por todos los medios de complacerle recibiendo como única recompensa su profunda ignorancia.

Desgraciadamente, ayer mi paciencia se acabó. Tenía un mal día. Me desperté malhumorado, ya que hace mucho que no recibo correo, ni por parte del Almirantazgo ni por supuesto de Lively, que parece que ya se ha olvidado completamente de mí. Desde que me envío la nota donde me decía que no quería saber nada de mi existencia no he vuelto a tener noticias, y eso que me he interesado mucho por saber de ella.
Pero no. Soy historia para ella, y no me extraña que ya se haya enamorado de algún personaje ilustre o, aún peor, un oficial de marina que me convierta en víctima de sus bromas en las reuniones sociales donde me inviten.

Dándole vueltas a esta idea me encontraba, con la boquilla del fagot en mis labios, emitiendo sonidos horribles. En ese instante oí perfectamente a Volkan chupándose los dedos después de haber dado cuenta de unos filetes de cordero que comí el día anterior.
Algo en mi mirada no debió de gustarle, ya que su habitual gesto inexpresivo pasó de la sorpresa al terror, y ya era el más absoluto de los pánicos cuando salté sobre él y empecé a propinarle bofetadas.

Cuando ya me disponía a tirarlo por la ventana, empezó a gritar algo que en un principio me pareció que no tenía ningún sentido, hasta que traté de calmarme para saber qué demonios trataba de decirme.
Para mi sorpresa lo que me estaba diciendo era que por favor tocara, no que dejara de pegarle, y tal fue mi estupefacción que le solté y le hice caso, tocando con pasión, aún con el cuerpo encendido por el esfuerzo y la ira.
Para cuando terminé (estuve varios minutos), Volkan, que seguía exactamente en la misma posición que le dejé, comenzó a aplaudir y a gritar "hurra, hurra", y me estrechó la mano con una sonrisa de satisfacción.

Me dijo que jamás había oído tocar a nadie con tanta pasión, y que lo menos importante de todo era que lo que había sonado no tenía ningún sentido, y que desde un punto de vista meramente técnico podría considerarse como una auténtica aberración, pero que eso era algo insignificante. Lo principal era tocar con sentimiento.

Finalmente me despedí de él tras pedirle disculpas y desearle una pronta recuperación de su ojo morado y labio partido, y se marchó muy alegre montando en su famélico burro, no dejándome de saludar hasta que se perdió más allá del camino que conduce a Pompey.

Con esa extraña sensación aún sigo, y aunque hoy no ha aparecido a dar su clase diaria, espero que no tarde mucho, ya que ardo en deseos de continuar con mi aprendizaje.
De hecho, ahora mismo estoy viendo que se levanta algo de polvo en el camino (siempre escribo en el jardín, y más hoy que luce un día casi soleado), por lo que seguramente será él.

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