sábado

Ricardo de Castro


En Gibraltar, el 3 de mayo de 1808. A bordo de la HMS Circe.

Esta mañana he recibido un mensaje del señor Oliver.
Me encontraba en el alcázar de la Circe, disfrutando de un bonito día, con fresco viento de poniente, en compañía de los tenientes Lawyer y Byron, que charlaban sobre lo sucedido la semana pasada en aguas del Tajo.
Entre las decenas de navíos que pueblan la rada surgió la figura de un pequeño bote, con uno de sus tripulantes haciendo señales con el sombrero.

Al ser un civil el pasajero no le di mayor importancia, y dejé volar mi imaginación más allá del Atlántico, pensando en Lively, tratando de imaginar qué estaría haciendo en ese preciso instante y si habría encontrado a alguien en Halifax merecedor de una parte de su corazón (sería grande la más pequeña de ellas).
Cuando ya los imaginaba a ambos cogidos de la mano en el altar oí carraspear a Byron, el cual me dijo que nuestro visitante tenía una carta para mí.

Con el sombrero entre las manos pero con un porte que me dio la impresión de ser regio pese a las usadas y llenas de polvo ropas de viaje, el recién llegado se presentó como Ricardo de Castro, amigo del señor Oliver, todo esto en un inglés desastroso que produjo algún debate en el alcázar sobre si había querido decir esto o aquello.
El caso es que lo invité a la cabina, donde le invité a una copa de fresco clarete que agradeció con una gran sonrisa de satisfacción, ya que parecía estar completamente exhausto.
Mientras bebía, leí la carta, arrugada, llena de polvo y con trazos difíciles de entender, ya que no cabía duda de que Oliver la había escrito con mucha prisa.

En ella, James me informaba de que no podría viajar hasta Gibraltar, ya que aún quedaba mucho que hacer en la península.
Mientras trataba de descifrar la carta, oía de fondo al señor de Castro, que intentaba explicarme algo con su pésimo inglés, y sólo entendí algunas palabras sueltas como Madrid, Murat y disparos, pero no le presté demasiada atención, por lo que me limité a asentir con una sonrisa y a ponerle una nueva copa en la mano.

De nuevo con mi atención volcada en la carta, Oliver me decía que nos veríamos donde la última vez dentro de una semana, y me rogaba paciencia por no poder darme mayor información, pero aunque confiaba mucho en Ricardo prefería no ponerlo en demasiado peligro con más detalles, y me rogaba que tuviera la amabilidad de llevarlo conmigo en mi viaje hacia el norte.

Ya que todavía queda tiempo suficiente para aprovisionar la fragata (siempre trato de tenerla dispuesta para estas emergencias) y llegar al Ferrol en el plazo acordado, haré una nueva visita al hospital de la Virgen de los Desamparados, ya que las monjas se han portado muy bien conmigo estos días y es mi intención comprar algo de vino para cuando quieran celebrar una ocasión especial.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Capitán Daniels, es un placer leer el texto que ha escrito.
Le felicito y que sepa que quiero estar al corriente de nuevas intervenciones en su blog.

Veo que tiene éxito! Siga así!

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