viernes

Una decisión

En Wood Fields, el 15 de agosto de 1808. Cerca de Portsmouth (Hampshire)

He estado toda la mañana haciendo prácticas con el fagot.
A los dos días de mi llegada desde Portugal, con un dura travesía que nos ha tenido ocupados día y noche combatiendo con los elementos, llamé a mi profesor de música, el señor Volkan.
Hemos continuado con las clases, y aunque hace rato que se ha ido, he seguido por mi cuenta, sacando notas tristes al instrumento y con Vicenzo, que como siempre me acompaña en tierra, mirándome con gesto preocupado.

Y es que estoy triste, ¡triste!
Esto es un sin vivir, una tortura donde mi principal enemigo soy yo mismo y mis pensamientos.

Nada más llegar a Portsmouth, como siempre y tras el papeleo pertinente, fui corriendo a la Oficina de Correos.
Siempre que llego a puerto, ¡siempre!, acudo para ver si, por ventura divina, he recibido carta de mi querida Lively.
Sin embargo, aún persiste en su mutismo, y desde aquella vez que me escribió asegurándome que no quería volverme a ver más no he tenido noticias suyas.
Lo único que había eran cartas de personas a las que debo dinero (mi paga es miserable y me impide vivir con un mínimo lujo). Ni siquiera de un amigo o familiar que me pueda dar algo de consuelo en estos momentos.

Pero me empiezo a cansar de esta larga espera. Bien es cierto que lo que siento por Lively es algo tan puro y profundo que me obliga a insistir hasta llegar al punto de convertirme en un pedigüeño de atención y cariño.
Pero, ¿es esto vida? No, yo creo que no.
No ha de ser bueno el sentir que el corazón va a salir del pecho cada vez que se acerca por el camino que conduce a Portsmouth un jinete con una posible carta, o en puerto con la mirada fija en el muelle por si surgiera una lancha con un mensaje para mí.

Creo que tomaré una silla de posta y acudiré a Plymouth para despedirme de ella en persona, aunque por si las moscas escribiré una carta por si no tuviera bien recibirme.
No va a ser fácil.

No hay comentarios: