martes

'The Piper'

En Gibraltar, el 11 de mayo de 1810. A bordo de la HMS Circe.
He tardado varios días en poder sentarme a escribir. Me duele todo el cuerpo, pero estaba cansado de pasar tanto tiempo tumbado en el coy, sin hacer nada, recibiendo las atenciones de un silencioso Vincenzo, solícito ante cualquier queja o gesto de dolor que percibiera en mí.

He hecho un verdadero esfuerzo por subir a cubierta, ya que aunque tengo los ventanales de la Circe completamente abiertos, me apetecía andar y que me diera en la sol, ya que aquí en Gibraltar el día ha amanecido especialmente hermoso. 
Y ha merecido la pena, sin duda. Me ha levantado el ánimo contemplar los navíos de todo porte aquí y allá, con pequeños botes a su lado que van y vienen desde tierra firme con todo tipo de cargamentos. 

Ahora, sentado en el alcázar en mi escritorio (antes de pedir a Vincenzo que me lo trajeran ya subía por la escala gruñendo mientras varios hombres lo cargaban entre resoplidos), escribo con la suave brisa de poniente acariciándome la cara, con un silencio inusual a bordo, como si toda la dotación se hubiera puesto de acuerdo para no molestar a su dolorido capitán.
Explicaré qué sucedió para encontrarme en esta situación.

Tras llegar desde la Isla de Santa Maura y dejar los prisioneros que transportábamos en manos de la Comandancia de Gibraltar, di orden al teniente Byron de que estableciera el turno de permisos para nuestros hombres, merecedores de unos días de asueto tras un largo viaje, combates incluidos.
Incluso yo mismo me permití pisar tierra y pasear, solo, por las calles de la ciudad.
Por la noche me acerqué a una de mis tabernas favoritas, 'The Piper', que siempre visito cuando paso por Gibraltar. Estuve bebiendo durante horas, ofuscado en mis pensamientos y respondiendo mecánicamente a los saludos de algunos oficiales.

Y fue entonces cuando lo vi: sentado en una mesa, rodeado de sus compañeros 'langostas', riendo groseramente y borrachos hasta rozar la inconsciencia (durante un segundo de reflexión me pregunté si mi aspecto sería el mismo), pude ver al capitán que hace más de un año me encontré en Portsmouth del brazo de mi amada Lively.
Ciertamente no sé qué me dolió más, si toparme con ese infame o, más bien, recordar a mi amada. Desde luego envidio con todas mis fuerzas a todos aquellos que son capaces de pasar las páginas del pasado y no volver la vista atrás, continuando con su vida sin tener la necesidad de recordar los mejores momentos de su vida o a las mejores personas, como es mi caso.
Es lo que me ocurre con Lively, que aunque me dejó más que claro que no quería volver a seguir a mi lado, y no veo desde hace un año, sigue aferrada con fuerza a mi corazón, tanto que siento verdadero dolor físico cuando el recuerdo me trae su imagen a la mente.

Estos pensamientos, mezclados con el alcohol, me hicieron perder la cabeza, y sinceramente no sé si me autosugestioné y creí ver miradas divertidas hacia mí del maldito 'langosta', ya que incluso me pareció oír el nombre de Lively acompañado de comentarios intolerables.
Lleno de ira, esperé a que el capitán de infantería saliera a la calle para vaciar su vejiga y continuar así bebiendo por dos, y cuando por fin lo hizo le seguí.

El frío de la noche contrastaba con el baboso calor del interior, y ahí estaba el maldito sodomita, apoyado en la pared mientras hacía sus cosas con total tranquilidad, riendo aún entre dientes al son del ruido de su orín.
Ni me lo pensé.
De una patada le estrellé la cara contra la pared, y mientras se tambaleaba, indeciso por devolver aquello a sus calzones o echar mano del sable, le di un puñetazo con todas mis fuerzas que le destrozó la boca, clavándome sus dientes partidos en mi mano.

Habría continuado si no fuera porque me arrojaron al suelo.
Cuando me disponía a levantarme, mis atacantes comenzaron a golpearme salvajemente sin que yo no pudiera hacer más que insultarles mientras buscaba la forma de levantarme y contraatacar.
Pero no pude. Eran demasiados, fuertes y borrachos, por lo que llegó un momento en que perdí la consciencia tras hacerse de noche en mi cabeza.

Cuando abrí los ojos ya el alba empezaba a pedir sitio. Sólo sé que no podía moverme. Tanto era el dolor que sentía por todo mi cuerpo que lo único que me apetecía era quedarme ahí, tirado en ese sucio callejón, que apestaba a vómito, orín y mierda.
Frente a mí, con gesto de preocupación y, a la vez, de desaprobación, estaba el teniente Byron, acompañado de varios hombres.
"Por fin le encontramos señor", me dijo, y sin esperar respuesta me quitaron la chaqueta y los zapatos, colocándome un sombrero de marinero y unas zapatillas mientras me arrastraban hacia la falúa.

Los hombres que nos íbamos encontrando por el camino decían cosas como "menuda borrachera que lleva el gordito" o "con esa panza espero que haya dejado algo de bebida para esta noche", mientras mi esfuerzo por quedarme con sus caras era estéril.
Tras subirme a bordo, Vincenzo se ocupó de mí tras recibir las atenciones del cirujano, que me realizó un examen exhaustivo para decirme que habría que esperar algunos días para comprobar si había heridas internas de consideración.

Como ya he escrito antes, he dormido varios días, y por fin hoy tengo fuerzas para poder subir a cubierta y tomar aire y sol.He intentado hablar con el teniente Byron para darle las gracias y pedirle el informe tras mis días de reclusión en la cabina, pero han dicho que se encuentra en tierra solventando algunos asuntos de vital importancia.

1 comentario:

Navegante dijo...

Querido capitán, siento profundamente que viejos asuntos del corazón le hayan pasado factura a su cuerpo y me temo, de nuevo a sus anhelos amorosos.

No quisiera despedirme sin desear que, en un futuro próximo, pueda saldar las cuentas pendientes con esa panda de cobardes que rodean a semejante mequetrefe.