Mis hombres trabajan duro para zarpar cuanto antes. No hay un minuto que perder. El alto mando quiere poner 1.000 hombres en la costa española antes de dos semanas, ya que sospecha que Napoleón acelera sus negociaciones con el rey de España de cara a un tratado de paz que le asegure un frente menos en los múltiples que tiene abiertos, y nada menos que el comandado por el General Wellesley.
Por mi veteranía como capitán de navío, pese a comandar una nave de sólo 28 cañones y que muchos osarían llamar vieja y obsoleta (nunca en mi presencia, por supuesto), me han encomendado el mando de la expedición, de la cual no creo que haya problemas, ya que consistirá en escoltar una decena de transportes hasta el puerto español de San Sebastián, una travesía en donde la única preocupación será el estado del mar, ya que con Francia prácticamente acorralada en su terreno no espero oposición militar.
Vuelvo a contar con mi segundo de abordo, el teniente Jack Byron, cuyo carácter, con ínfulas de almirante desde que abrió los ojos (apostaría que aún en el seno de su madre), le han impedido avanzar más rápido en la jerarquía naval, y eso con un noble apellido en su hoja de servicio, lo que por otra parte es un alivio para un servidor al contar con un hombre de garantías a mi derecha.
Por este motivo no me sorprendió ver todo casi preparado al llegar a bordo de la fragata tras mis días de reposo en Wood Fields. Estoy seguro de que Byron situó en la cofa a un hombre con el cometido de avistar mi llegada, avisar a cubierta y disponer todo para que no encontrara ningún fallo en el inmaculado estado de la tripulación, una cubierta limpia como el alma de un recién nacido y los cañones brillando para pasar revista ante el mismísimo Rey.
"(...) no me sorprendió ver que casi todo estaba preparado al llegar a la fragata (...) |
Tras estrecharle la mano, lo primero que hizo fue darme un breve informe de la situación en el barco mientras yo observaba atentamente a todos los hombres, oficiales, marineros y tropa de a bordo, tras lo cual le invité a mi cabina, en donde hablamos algo más relajados sobre nuestros días de asueto, pero con mi teniente, como siempre, alerta a no decir una una palabra que pudiera delatar su verdadera forma de pensar, ya que Jack es muy reservado.
En estos momentos, mientras escribo estas líneas, tomo el café que me acaba de servir Vincenzo, como siempre contento de volver a la mar tras haber disfrutado de la familia y sus infinitos hijos en la campiña inglesa, oyendo de fondo el cargar y descargar de todo tipo de provisiones y repuestos que el mismo Byron se ha encargado de gestionar, ya que además de ser un hombre de recursos, su fuerte carácter y, sobre todo, su venganza, son de sobras conocidas por todos los responsables del material desde Devon a Liverpool.
También he mantenido reuniones con el condestable para hablar de las provisiones de pólvora, con el jefe carpintero para saber si tenemos todo lo necesario a bordo en lo relativo a posibles averías, y pasando revista a los nuevos guardiamarinas puestos a mi cargo, jóvenes mozalbetes con ganas de gloria y con el sentimiento romántico de la guerra aún intacto.
Una mañana realmente ajetreada, pero productiva, qué duda cabe, lo que hace que el café sepa aún mejor y así, animado por que todo vaya viento en popa, me he permitido el lujo de comer unos pasteles que tenía reservados para altar mar y agasajar a mis suboficiales.
Y ahora me temo que he de llamar al maestro velero, ya que al levantarme para volver a cubierta los botones de la chaqueta han saltado por los aires en mi intento de cerrarla, como si fuese una descarga de metralla sobre la cubierta del enemigo.
De este modo, y mirándome en el espejo de tamaño completo que me regaló el capitán Blessing tras nuestro incidente en Rogerswick, he podido ver mi lamentable estado de forma. Creo francamente que nunca antes había estado tan gordo. El uniforme no me cierra y el dolor en las rodillas y la espalda ha de deberse a eso.
Además miro mi rostro y no me gusta lo que me dice el espejo, que me habla de una persona de poco más de treinta años que aparenta más de cincuenta; un rostro lleno de arrugas, hinchado y una mirada carente de brillo y llena de lo que parece resignación.
"(...) con la espuma besándome la cara (...)" |
Espero francamente que la navegación, con la espuma besándome la cara y el viento del este acariciándome el pelo mientras me agarro a un obenque durante la travesía, ya que no me ha gustado nada lo que he visto en el espejo.
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