miércoles

El río Adour

Frente a la desembocadura del río Adour, en Francia, el 22 de enero de 1814. A bordo de la HMS Circe

Comienza a oscurecer mientras veo perfectamente a través del ventanal cómo comienzan a encender las luces del 74 cañones Porcupine, donde he almorzado junto al contraalmirante Charles Vinicombe Penrose y su capitán de bandera, John Coode, así como otros oficiales de esta pequeña flota improvisada que fondea frente a la desembocadura del río Adour.

En un ambiente distendido, y a falta de una reunión más formal que tendrá lugar dentro de una semana, el contraalmirante nos ha informado de los motivos de este particular encuentro de embarcaciones, en su mayor parte, de escaso tamaño, en donde el Porcupine y la propia Circe, con sus 28 cañones, son las naves de mayor potencial ofensivo.


"(...) particular encuentro de embarcaciones de escaso tampaño (...)"

El contraalmirante nos ha explicado por encima nuestra misión, en la cual está puesto "el honor de toda la armada", ha llegado a asegurar superado el cuarto brindis por el Rey.

El ejército francés sigue retrocediendo, y aunque se encuentra con dos frentes, el formado por ingleses, españoles y portugueses llegando desde el sur, y la coalición del norte con austro-húngaros y rusos envalentonados tras la victoria en Leipzig, sigue siendo igual de peligroso, ya que nos informan de que Napoleón cuenta con cerca de 80.000 hombres, a los que hay que sumar los cerca de 50.000 del mariscal Soult, enfrente de nuestras mismas narices tras ser rechazados de la península ibérica.

Es por ello que el general Wellesley ha marcado en rojo en su campaña la toma de la ciudad fortificada de Bayona, pieza clave para nuestro avance hacia París, para lo cual es fundamental el cruce del río Adour: Es ahí en donde entramos nosotros, la armada.

"Señores, el futuro de Inglaterra está en nuestras manos". Es difícil mantener la compostura, y más aún cuando has acabado con varias botellas de la mejor despensa del capitán Coode, pero he de decir que ante estas palabras pomposas fui capaz de levantar mi copa y sonreír con complicidad, mirando de reojo a mi teniente Byron, cuya gesto inexpresivo y falto de humanidad hacía desaparecer de golpe toda hilaridad que pudiera haber producido en mí el alcohol.

Afortunadamente mantuvo la compostura, mucho más que el teniente Cheyne, del bergantín Woodlark, que se quedó dormido, o el capitán Elliot, del Martial, que comenzó a contar una interminable anécdota que fue ignorada sin que eso pareciera importarle, pues acabó con su perorata y riendo a carcajadas, haciendo caso omiso de la mirada asesina de Coode.


Ya en cubierta del 74, y tomando el fresco, el capitán O'Reilly, del bergantín Lyra, me contó que había oído que el general Wellesley está haciéndose con todo lo que flota en muchos kilómetros a la redonda, por las buenas y por las malas, para hacer pasar así a sus hombres al otro lado del Adour y tomar por sorpresa Bayona, que según cuentan es una plaza perfectamente preparada para resistir un largo asedio.

"(...) existe el riesgo de volcar en estas peligrosas aguas".
El problema de este plan es que el cruce no será fácil. La desembocadura tiene bancos de arena y en los tres días que llevamos aquí el oleaje hará muy complicado el cruzarlo de una ribera a otra, para lo que hará falta embarcaciones de escaso calado, ya que existe el riesgo de volcar en estas peligrosas y traicioneras aguas.

Ahora en mi cabina escribo tranquilamente estas páginas mientras me tomo una taza de café y me preparo para cenar algo y dormir, contento de poder disfrutar de algo de acción tras varios días de aburrimiento a bordo de la fragata, dedicado a dar mis pasos por el alcázar ante la mirada divertida de mis hombres.

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