viernes

Día gris

Viernes, 16 de mayo de 1808, a bordo de la HMS Circe. En el Canal de la Mancha.

Navegar en un día gris es como navegar en la nostalgia.
El cielo está plagado de nubes aquí, en las aguas del Canal, algo revueltas y que hacen que la Circe dé grandes y profundos cabeceos.
Durante la mañana he estado en el alcázar en compañía de mis tenientes Lawyer y Byron, aunque apenas hemos cruzado palabra, cada uno sumido en sus pensamientos y con alguna ojeada a la jarcia, con las velas y los cabos bien tensos, dando empuje a la fragata, que roza los 12 nudos.

Personalmente no tengo prisa. No me gusta la velocidad, eso de forzar el barco con la mirada más pendiente de que un palo no salte por los aires que del mar en sí.
Me desagradan las persecuciones, por muy satisfactorio que pueda llegar a ser el botín. Y es que es el proceso en sí, el estar días detrás de una vela en el horizonte, es una presión agotadora que me disgusta.
A mí me encantan los mares tranquilos (¡siempre con viento por supuesto!), sentir el rumor del mar rozando la quilla suavemente, y pasear todo lo largo de la fragata, con las manos a la espalda y oliendo el viento salado.

Por supuesto, cuando hay que sacar lo mejor del barco, es decir, intentar que navegue lo más rápido posible, no escatimo en recursos, y es por ello que he dado orden de que haya el máximo paño posible en los palos para llegar a la costa española (en el norte) lo más rápido posible.
El señor Oliver, en compañía del español Ricardo de Castro, quiere aprovechar que el panorama en la península está más revuelto que nunca, y por tanto no quiere perder un solo minuto y pisar tierra cuanto antes.

Pero de ahí a que a mí me guste este stress hay un completo abismo.
De más joven, cuando era teniente y después capitán de mi primera embarcación, todo eran ganas de perseguir, de forzar vela, agarrado a un obenque con la pierna mientras hacía equilibrios para enfocar el catalejo hacia las posibles presas.
Sin embargo, ahora, y no sé si será la edad (aunque no llego a los treinta años), el desánimo me embarga, y tengo una postura de preferir tomarme las cosas con tranquilidad.

Quizás me haga falta una buena dosis de pólvora y astillas volando sobre mi cabeza para despertar de este ensimismamiento.

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