viernes

Rumbo al Báltico

En Portsmouth, el 29 de agosto de 1808. A bordo de la HMS Circe

Estoy agotado y no sé por qué. No se puede decir que haya realizado un esfuerzo físico considerable, ya que lo único que he hecho es estar toda la mañana en el alcázar observando con desgana cómo mis hombres cargan a bordo suministros y pólvora.
Después de las misiones que me han llevado esencialmente por el Atlántico, el cambio de aires será considerable, ya que la fragata pondrá proa al Báltico, donde Inglaterra mantiene su alianza con Suecia en la guerra contra la armada rusa.

Nuestro principal cometido es portar despachos importantes y de los que poco sé, aunque según me han dicho mis amigos del Almirantazgo, quizás contemos a bordo con algún pasajero inesperado. No han podido adelantarme algo más.

En cuanto a lo de mi cansancio, creo que se debe más bien al estado de ánimo. Tantos días lejos del mar (unas dos semanas), dándole vueltas al asunto de Lively, me dejan sin energías para afrontar el día a día, por lo que el tricornio parece pesar más que nunca, y levantarme cada mañana del coy se convierte en poco menos que una victoria.

Ahora he de dejar de escribir.
Me reclaman en cubierta.

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