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Victoria en Naskon

En el Báltico, el 5 de septiembre de 1808. A bordo de la HMS Circe.

No hay nada como un buen combate para levantarle a uno el ánimo.

Después de zarpar de Portsmouth, la travesía fue relativamente aburrida, con la única salvedad que contamos a bordo con el capitán de navío Peter Puget, que sustituye al señor William Brown. Éste llegó hace una semana a Inglaterra afectado de una pulmonía de la que pocos creen que logre salir, por lo que el señor Puget ha sido destinado al 74 Goliath, bajo el mando del vicealmirante Saumarez, que en estos momentos ha de encontrarse en Karlskrona con el resto de la flota.

Tal como esperábamos nuestro paso por el estrecho de Great Belt, que separa Dinamarca de Suecia, fue complicado, ya que aunque los daneses (nuestros enemigos) apenas cuentan con navíos de línea y fragata tras la Batalla de Copenhague, en determinados puntos, y si el viento no nos es favorable, pasamos demasiado cerca de la costa y, por tanto, al alcance de sus baterías, algunas de 44 libras.
En esas estábamos cuando desde el tope avistaron varias velas a la entrada del río Nakson. Tras tomar yo mismo el catalejo comprobé que se trataban de cañoneras, y una especialmente grande, con dos cañones largos de al menos 18 libras.
Apenas me lo pensé, y aprovechando la presencia del capitán Puget, el cual podría hablar bien de mí a la llegada a Karlskrona, decidí entablar combate y destruir el máximo número posible de barcos daneses, ya que resultan una constante amenaza para el tráfico de mercantes ingleses que se ven obligados a pasar por el estrecho en su viaje hacia Suecia.

Aunque no suelo protagonizar este tipo de ataques, me pudo la vanidad ante la presencia del señor Puget, y tras negarse amablemente a tomar partido ya que se considera un pasajero a bordo de mi fragata, tomé el mando del cúter rojo y me dispuse a abordar la gran cañonera danesa, mientras que el primer oficial, el señor Lawyer, se encargaría de gobernar la Circe.
Destiné a Byron al frente del otro cúter y pusimos proa al enemigo.

Desde la batería de estribor de la fragata se encargaron de mantener a raya a las cañoneras mientras nosotros éramos recibido por fuego de mosquetes.
Con las balas silbando sobre mi cabeza (perdí el tricornio en una que pasó muy cerca), y tratando de no caerme a las gélidas aguas en mi intento saltar al costado de la cañonera (el mar tampoco lo ponía fácil), fui seguido por mis hombres, con Vicenzo a la derecha, que pese a su más de medio centenar de primaveras es un excelente tirador, y Paint a la izquierda, un maestro en el manejo del hacha de abordaje.

El hacha desapareció pronto de su mano para terminar en el pecho de un danés con una pica que se me echaba encima, mientras que un gigante con un garrote trató de lanzarme por la borda hasta que le disparé a bocajarro para dejarlo en la cubierta retorcido en su agonía.
El combate continuaba, con disparos, entrechocar de metal, gritos de dolor y de victoria y, mientras, el tronar de los cañones de la Circe que se elevaban por encima de todos.
Los daneses se rindieron con una decena de bajas, mientras que de mi tripulación no se tuvo que lamentar muerte alguna, sólo heridas de diversa consideración.
Volvimos a la fragata después de hundir la cañonera, y ya a bordo el señor Lawyer me informó que la fragata había hundido otras tres embarcaciones de menor tamaño.
A continuación el capitán Puget me felicitó por la victoria, y con la sonrisa en los labios di orden de largar vela para alejarnos de la costa y poner proa al Báltico con la satisfacción del deber cumplido.

Un gran día por tanto el de ayer, con la obligada cena de celebración a la noche una vez superado el Estrecho.
Los brindis y los cantos no pararon hasta despuntar el alba, y he tardado más de la cuenta en dejar atrás el coy, con un dolor de cabeza que dadas las circunstancias es dulce.
Triunfos de este tipo mitigan todo tipo de males.

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