miércoles

Carta al Almirante Daniels

A la atención del Almirante Daniels en Bedford. Inglaterra (escrita el 22 de octubre)

Querido padre:

Le pido mil perdones.
Como siempre, sabe que me gusta escribirle el día de su cumpleaños, pero en esta ocasión lo hago un día después, algo imperdonable y que le ruego que me disculpe.
Pero créame cuando le digo que no han sido momentos fáciles.
No hace ni cuatro días ocurrió algo horrible de lo que aún estoy afectado.

A bordo contábamos con la presencia de un joven guardiamarina, el señor Red, un jovencito realmente encantador, que desde el día que se enroló con nosotros en Portsmouth despertó todas mis simpatías.
Su aspecto, bastante delicado, siempre pálido, con ojeras, y una mirada de persona desvalida, despertó en mi un sentimiento paternal que desconocía y que me empujaba a estar pendiente de él día y noche.

Aunque soy un gran defensor de que lo que ocurre en la camareta de los guardiamarinas no es asunto mío, e incluso veo con buenos ojos que los más veteranos 'pongan a prueba' a los nuevos para que no se relajen y se habitúen a la vida a bordo, con el señor Red hice una excepción, y se lo presenté personalmente a sus compañeros, con la advertencia de que cualquier cosa que pudiera ocurrirle terminaría con el infractor colgado de los tobillos del tope.

Durante nuestro misión en el Báltico, le he invitado en varias ocasiones a comer en la cabina, y aunque apenas comía, ya que se limitaba a dar pequeños mordiscos de ratón y minúsculos sorbos a las copas, su presencia me agradaba, y le hablaba con amabilidad, preguntándole constantemente qué tal se encontraba, recibiendo como respuesta tímidas sonrisas.

Sin embargo, y sin previo aviso, el señor Red enfermó, justo el día después de nuestra aproximación al puerto de Rogerswick, cuando Saumarez pretendía quemar la flota rusa.
Aunque parecía un simple enfriamiento, el cirujano me informó de que su estado empeoraba a cada día que pasaba, y tal fue mi preocupación que pasé días y noches enteras junto a su coy, haciéndole compañía, leyéndole pasajes de mis novelas favoritas para su entretenimiento.

Pero una mañana que me encontraba en mi cabina, revisando las cartas de navegación junto a mis tenientes Lawer y Byron, el cirujano se presentó con una cara que lo decía todo, y tras un par de zancadas, apartando de mí todo lo que pudiera detener mi avance hacia la enfermería, me encontré con el rostro del señor Red, silenciado para siempre.
Tras un momento de estupor, y tras llamarlo inútilmente, me volví loco de rabia y dolor, y camino de mi cabina fui destrozando todo lo que encontraba ante la mirada horrorizada de mis hombres, que creían ver al mismo demonio en persona. Muchos fueron los que se santiguaron.

Después de mi ataque de furia, me invadió una profunda tristeza que me ha tenido enclaustrado en mi cabina durante todos estos días. Sólo salí de ella para enviar su cuerpo a las profundidades del Báltico, en una ceremonia donde apenas pude evitar que me brotaran las lágrimas de unos ojos que miraban con odio a cualquiera que se atreviera a observarme.

Hoy he sacado fuerzas de donde no las tengo para escribir estas líneas, y espero que sepa disculparme que no siga la tradición de redactarla el mismo día de su cumpleaños, celebración de la Batalla de Trafalgar hace tres años.
Precisamente nuestro vicealmirante celebró ayer en el mismísimo Victory una cena en su honor, a la cual me invitaron.
Me disculpé y no acudí, ¡con lo que me habría gustado haber participado en otra ocasión!, pero no tenía ni tengo ganas de socializar dadas las circunstancias.

En fin, querido padre. No me extiendo más.
Le felicito de nuevo, y espero que esta carta no llegue demasiado tarde.
Como siempre le ruego que tenga a bien dar un cariñoso beso a mi madre.
Sin otro particular se despide, suyo afectuoso

Capitán Daniels, a bordo de la HMS Circe, en el Báltico.

3 comentarios:

Manuel J. Prieto dijo...

Capitàn, todos lamentamos la triste marcha del buen amigo Red.

Mis màs cordiales saludos desde tierra firme.

Curistoria.

Dani Yimbo dijo...

Gracias señor, todas las pérdidas son dolorosas. Estoy seguro de que sabe de lo que le hablo.

SANTIAGO dijo...

No hay problema alguno por la espera, ya decía la abuela Leo aquello que repito siempre de que 'todos los santos tienen su octava'. Además el trance ha sido duro y no tenías ganas de nada como es lógico. Lo importante es que pronto lo mojaremos como es debido.Muchos besos.